martes, 27 de noviembre de 2012

Ellos ganan :-(

...Una franquicia de centros de depilación que tienen tropecientos centros, siempre en centros comerciales.

Trabajan la tira. Te depilan por tres chavos la zona. La señorita que reparte los folletos -que es la misma que te depila- te cuenta que tienen los mejores láseres del mercado. Que en cuatro sesiones más o menos, te quedas sin pelo y que hoy y solo hoy, tienen una oferta inmejorable...

Una vieja técnica de venta, que en un lugar de compra por impulso como es un centro comercial, cobra nuevas alas.

Se atreven incluso con la medicina estética, pues, unos días concretos, va un médico por allí y pincha, a unos precios en línea con los de depilación.

Los locales tienen unos cuatro o cinco metros de fachada , con un par de sillas a modo de sala de espera y un mostrador. Tonos marrones, ocre, cálidos, luz indirecta. El resto del local es un rectángulo interior, con varias cabinas minúsculas, un pasillo largo estrecho y un cuartito para cambiarse el personal. No hay aseos. No hay ventilación. Y trabajan con láseres.

El personal es muy joven, constantemente cambiante. El nivel cultural manifiestamente bajo. La formación consiste en tres días en la central, dos y medio de los cuales son formación básica en técnica de venta; el ratito que queda, se les forma en el uso del "mejor láser del mercado".

Su objetivo es vender, vender, vender. Su sueldo tiene una parte fija y el resto variable -la mayor- para que se apliquen en la tarea de venta. Trabajan a turnos cambiantes.

El médico mercenario juega el mismo juego. Y esto me parece aún, si cabe, mucho más terrible.

Los servicios de urgencias, hace unos días me contaba una médico amiga que trabaja en ese servicio precisamente, están llenos de gente con quemaduras de diversa gravedad, tratados en esos centros.

Tienen denuncias y reclamaciones a punta pala y servicios jurídicos a la altura de la inversión y la ganancia prevista. Y les compensa.

Y yo no puedo dejar de preguntarme ¿qué nos pasa? Y me respondo, claro. Y es entonces, cuando me invade la angustia porque no tengo más remedio que admitir que ellos ganan.

El futuro que nos espera está claro. Y la angustia sigue atenazándome y mi cabeza, que nunca ha aprendido a dejar de pensar, emprende un galope salvaje para encontrar la forma de sacar a mis hijas de este país de mierda y encontrar otro lugar donde otra vida sea posible. Más allá del cascarón, de las apariencias, del puro consumo descerebrado.

A esperar la vuelta de los dragones.