Mi madre, Libertad, era una persona especial. De las que dejan huella, de las que llenan una habitación simplemente entrando en ella. Era una mujer grande, tanto física como anímicamente, una persona de calidad.
También era una persona difícil, a veces mucho, emocionalmente rota desde su más tierna infancia por haber sido usada, abusada y no escuchada, cuidada y amada por aquellos que, sin pedirlo ella, la trajeron al mundo y tenían la obligación ética de todas esas cosas. Su padre abusó de ella y su madre miró para otro lado. Y en ella, a los nueve años, se rompió para siempre la capacidad de aprender a amar correctamente.
Mi madre era desmedida en todos sus afectos, los buenos y los malos. Jamás se sintió suficientemente amada y yo tardé muchos años en comprender porqué. Pero lo hice y tuve la fortuna de poder hacerlo mucho antes de que se fuera para siempre. Pudimos hablar de corazón a corazón como solo madre e hija pueden hacerlo y, de esa forma, sanar todas las heridas y dejar libre la vía del amor, que es la única que merece realmente la pena.
Era culta, refinada, abierta, con un sentido del humor excepcional, una inteligencia más excepcional todavía y una energía vital que derrumbaba todo lo que se le pusiera por delante. Y todo eso nos lo dio a mis hermanos y a mi. Hemos sido muy afortunados.
El viernes, 20 se fue para siempre, sin medias tintas, de golpe, al más puro estilo dos Santos, a los 76 años. Se le rompió un aneurisma que no le podían operar y que ella sabía perfectamente que cualquier día se la iba a jugar. Lo sabía desde hacía meses y murió con una cocacola en la mano. "A prendre pel cul" que diría ella.
Se fue. Para siempre. Yo creo que suficientemente en paz.
Adéu mare, marona bonica.