Hace unos días, en los EEUU un adolescente, obviamente con problemas, entró en el cole en que trabajaba su madre y se cargó a tiros a 20 niños y 6 adultos -su madre entre ellos-...
Terrible, sí, por lo inesperado, por la cantidad y edad de las víctimas, por la hipotética seguridad ambiental en que se las suponía...
Desde ese día, el circo mediático habitual permanece abierto: que si el chico era aparentemente normal, pero demasiado reservado, que si se llevaba mejor o peor con sus padres, que si su carácter había cambiado en los últimos tiempos, padres de algunas de las víctimas haciendo declaraciones a modo y con aspecto de actores jolivudienses, imágenes y más imágenes del colegio, de la zona, de las flores depositadas... Lágrimas de cocodrilo oloverdeguorld, condolencias políticas públicas y privadas y vuelta a la vida y milagros del asesino, especulando sobre las razones. Indecente reality, como siempre.
Ruido y más ruido sobre las consecuencias -los asesinatos- intentando focalizar falsamente las causas sobre las circunstancias personales del chaval. Insistiendo hasta la náusea en ello, de hecho.
En paralelo, nos enteramos de que la venta del modelo concreto de arma que utilizó el asesino, ha crecido de forma exponencial, desde la fecha de los acontecimientos.
Y en ese momento yo y muchos más, seguro, nos preguntamos porqué diantre no se habla del verdadero origen del problema: las armas que se pueden comprar libremente.
Armas de todos los colores, grosores y tamaños. Armas que están en prácticamente todos los hogares americanos, una o más (de hecho, las armas usadas en este caso, pertenecían teóricamente a la propia madre del adolescente mutado en asesino). Armas que forman parte de la realidad de los americanos desde el minuto uno de su existencia.
Una sociedad plagada de armas, las usa. Y, en efecto, el índice de asesinatos por arma de fuego en EEUU es brutal.
Así pues es de eso de lo que se debería hablar. Pero claro, cualquiera le mete mano al poderosísimo lobby de la industria armamentista americana... Es mucho más fácil construir el folletín de turno, llorar todos unidos mientras nos cagamos en la madrequeparióalmalditoasesinodesnaturalizado.
Por otra parte, la vida de esos niños, el horror de su asesinato, más bien, radica en que ha sucedido en los megaultraplus EEUU, país plagado de armas, bombas, artilugios nucleares, barreras protectoras de todo tipo, se supone que para la autoprotección, precisamente.
País en que todo lo que no sea americano, especialmente si tiene color, religión, idioma o costumbres distintas, es suficiente para ser sospechoso de cualquier tropelía. Y va y resulta que el liquidador masivo es un adolescente blanco, de casa...
Y los americanos, una vez más, enfermos de miedo, se horrorizan, lloran... y corren a comprarse más armas y municiones y a ampliar el bunker de su casa.
Todos los días, en otros lugares del mundo, son asesinados muchos más de veinte niños. Son explotados como mano de obra barata, vendidos y usados como objetos sexuales, brutalmente maltratados, utilizados como soldados y como carne de cañón en una y cien guerras infectas, malnutridos, enfermos. Nacen y mueren sin ser ni sentirse jamás amados ni protegidos. Pero claro, esos otros niños no son americanos del norte, gorditos, sanotes, ciudadanos privilegiados de un país rico a costa de empobrecer y expoliar a muchos otros. Son solo sombras que no cuentan, que no son enseñables ni llorables. No son carne de reality. Son, en realidad, nuestra vergüenza, la de todos los países ricos, no solo la de los americanos. Y los ignoramos.